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La Mansión Reload > Un Mundo por Descubrir

En brazos del destino. Misión: Belials Sons

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Crónicas Oscuras:
     Todo ha cambiado… Ellas han cambiado.
     Un solo instante fue suficiente para que todo su mundo, su existencia tal y cómo la conocían, se desquebraje en miles de partículas difíciles de unir.
     Imposible imaginar un ataque como aquel, tan violento y brutal, que acabó con la vida de demasiados seres queridos. Jamás pensaron que alguien de dentro, un supuesto aliado, pudiera traicionarlas de aquella forma tan cruel únicamente por arrastrar durante años viejas rencillas que debieron quedar en el pasado. Y el traidor, un vampiro que sentía un odio irracional hacia la hembra que las lideraba.
     Lo que debía ser una celebración, un momento de dicha y felicidad, se convirtió en un infierno de sangre y destrucción, donde el caos y la violencia camparon a sus anchas. Una matanza con un solo objetivo… sacarlas del juego.
     Un año han necesitado para borrar el dañino recuerdo de aquel nefasto día, para dejar atrás la sombra de la desgracia y aparcar el dolor, para reconstruir de sus cenizas la Mansión que las acogió…
     Han vuelto, y que tiemble aquel que ose desafiarlas de nuevo, porque sentirá el filo de sus dagas, más afiladas y mortales que nunca.

Valnelia:
     Dolor, culpa, remordimientos…
     Una noche más.
     Tan fría y oscura como el sentimiento que anidaba en su corazón.
     El viento que azotaba fuera zarandeaba las copas de los arboles a su merced, implacable, mientras la lluvia golpeaba despiadada contra los cristales. De vez en cuando, el sonido de un trueno los hacía retumbar, con tal crudeza que parecía a punto de romperlos. Pero Valnelia permanecía sentada en el suelo ante el fuego de la chimenea ignorando todo lo que sucedía a su alrededor, con la mirada perdida en el imponente cuadro de su padre —Adrien, hijo de Daian— que colgaba majestuoso sobre el hogar.
     El artista había conseguido plasmar la nobleza en su mirada, una cualidad que ella siempre había admirado. La elegancia revelada en su porte orgulloso. El honor y los sólidos principios por los que siempre se había regido…
     Hubo un tiempo en el que ella también había tenido motivos para sentirse como su padre, pero ahora… ¿qué razones tenía para sentirse orgullosa? Sí, por supuesto que sentía ese orgullo y admiración hacia sus hembras, sus hermanas… pero de sí misma sólo sentía vergüenza.
     Les prometió protegerlas y no había cumplido con su palabra.
     Subestimó el poder maligno del enemigo, se sentía protegida tras los muros de su hogar, y no percibió el odio y el rencor de alguien a quien debería haber conocido mejor después de tantos años y que las traicionó de una forma tan vil y cruel.
     Había sido ella quien permitió la entrada del traidor en su casa. La que las había metido en una guerra contra la sociedad que carecía de sentido para la mayoría. Y la que las había arrastrado a aquel nefasto destino.
     Â¿No había sido ella la que había jurado velar por su seguridad? ¿No les había asegurado que allí estarían seguras? ¿A qué demonios había estado jugando?
     Y todo, ¿para qué?, se preguntaba ahora.
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Lyss:
Pensativa, Lyss se quedó mirando la puerta por la que había desaparecido Valnelia. Compartía su dolor, su sentimiento de fracaso, pero si continuaban luchando iba a tener que hacer algo más que beber. Su hermana había olvidado que parte de la aceptación de ser Ejecutora entrañaba la alta posibilidad de morir luchando. Durante años se habían mantenido enfocadas y en guardia, aun siendo hembras mestizas, su preparación era una de las mejores del sector. Todas conocían los riesgos y actuaban en consecuencia. En un mundo ideal de héroes y villanos se habrían percatado del intento de traición, pero la vida real era otra. Ahora podían plantearse todos los “y si” que sus mentes fueran capaces de imaginar, la verdad fue que nadie sospechó de Mark. Los mejores golpes son los que se realizan desde dentro, bien lo sabía Lyss. Quizá su experiencia como infiltrada debería haberla puesto sobre aviso, si hubiese sido lista habría monitorizado a todo el que guardaba sentimientos de resquemor y entraba en su casa. Mark no era el único de los cachorros de guerrero que guardaba esos sentimientos para sí. No lo hizo, esto le ponía el punto. Un año después, tras el ataque, evitaba de forma premeditada la zona de la masacre y se levantaba a duras penas cada mañana. No estaba lista para escuchar las voces de sus hermanas. La de ellas, no.


Con un suspiro se apartó del centro de la estancia y se reclinó en la silla frente a monitores. Su mono de trabajo no estaba sucio, todos sus mecánicos habían vuelto, pero en los hangares y talleres, ahora que la mansión estaba rehabilitada, contaban con más manos que trabajo. Observó las pantallas que la rodeaban. Así era como estaban las Ejecutoras, fuera de línea y apagadas. Deseó correr. Últimamente lo hacía mucho, reconocía la necesidad de intentar escapar. Ya había pasado por esto antes, correr hasta que el dolor de tu cuerpo superara al de tu alma, durante un momento, sólo un mísero instante que te hiciera olvidar que eras tú la que debería haber muerto. Si sus hermanas se levantaran de la tumba sin lugar a dudas si la llevarían con ellas, a golpes. Murieron como hembras de valor, luchando, con las dagas y el resto de armas en la mano. Sabía que un estado de pena permanente les haría una flaca justicia. Esperaba que Valnelia terminara por entenderlo, por superarlo. No iban a ir a ningún sitio en ese estado. Una cosa era morir a manos del enemigo y otra muy distinta hacerlo en un acto suicida. Sandor podía adornarlo con todos los ceros que quisiera, si las Ejecutoras no estaban preparadas para salvar vidas, no saldrían. En los momentos duros era cuando trataba de recordar todo lo que le había aprendido con Disree y su escuadrón de mercenarios. “Vive hoy para luchar mañana”, “¿de qué le sirves a una víctima si estás muerta?”. Un movimiento a su derecha la sacó de sus pensamientos.

—Lyss— llamó su atención ViK—. ¿Lograste hablar con Val?
—Sí, considerará la propuesta de Sandor. ¿Estamos preparadas? —interrogó a las demás tras una pausa, mirándolas de frente.
—Necesitamos hacer algo útil —afirmó Beriz—, la culpa nos está volviendo locas. Maldita sea, no voy a lanzarme como una kamikaze al cuello de nadie pero necesito saber que valgo para algo, que para alguien es importante que continúe saliendo todos los días a jugarme el pellejo.
—Marcábamos la diferencia —continuó Carmen—, éramos algo más que molestas y encontraron la forma de llegar a nosotras. No volverá a ocurrir. Nos jugamos mucho y hemos perdido demasiado, si lo dejamos ahora, ¿de qué sirve haber derramado sangre?, ¿de qué han servido cada una de nuestras lágrimas?
—Tenemos la infraestructura y la formación —sentenció Vik—. Otros en nuestro mismo lugar prefieren jugar como pájaros emplumados en busca del ponedero perfecto.- Lyss sonrió ante la referencia a la Glymera. —Es hora de volver y hacer lo que mejor sabemos.

Un asentimiento de cabeza fue todo lo que dedicó a sus hermanas antes de dirigirse a su cuarto y prepararse para la meditación. Si aceptaban la propuesta de Sandor, iba a necesitar una mente despejada, desplazar el dolor hasta formar con él un ruido blanco que la permitiera ser funcional. Podía continuar llorando mañana.

Ohara:
    Adoraba esa sensación, y más en los días como esos, era una pelea contra el tiempo. Tenía los vaqueros empapados, el frío le calaba los huesos. Su cazadora de cuero hacía resbalar la lluvia y el casco le tapaba completamente la cara, si no conocías su moto, era imposible reconocerla. Fue aminorando el paso según se acercó a la imponente mansión, su hogar desde hacía poco tiempo, aunque Ohara no acababa de llamarla así, le resultaba extraño llamarle hogar al sitio donde ahora vivía con su hermana y otras hembras. Ella pensaba que un hogar era un sitio alegre, feliz, un lugar donde reír, cantar, bailar, beber y si, follar también. Un lugar donde ser feliz, y desde que había llegado allí no había visto mucha gente feliz, es verdad que había oído todo lo que pasó allí un año antes, pero la vida continuaba.

    Cuando los de seguridad le abrieron la verja, aceleró un poco la marcha, llovía a mares. Entró en el garaje y aparcó la moto,  dejó el casco sobre el asiento y se apareció en su habitación. Fue al baño, donde se desvistió y cogió una toalla para secarse y cubrirse el cuerpo. Iba a ir a tomar algo al Érebos, así que abrió el armario, cogió unos botines de tacón ancho y una camisa apretada, pero no encontró una parte de abajo para combinar, entonces se acordó de esa falda étnica que tenía su hermana, con esa camisa iba a quedar preciosa además los botines casi no se iban a ver, sólo lo justo para que la falta no arrastrase. Pero había un gran problema, Trece, la serpiente de su hermana, con la que no tenía muy buen trato, ese era su único impedimento para conseguir la falda.

    Decidió que lo mejor era ser rápida. Se apareció frente al armario de su hermana y abrió las puertas, oyó a Trece moviéndose debajo de la cama hacia ella, así que cogió la falda, cerró las puertas y se apareció en su cuarto, antes de que el bicho ese la mordiese. Se vistió, se calzó y se miró al espejo, estaba perfecta. “Esta noche la lío”, pensó. Salió de su cuarto hacia el garaje, tranquilamente, contoneando las caderas sensualmente al andar.

Aubrée:
—¿Vienes al Érebos? —Vio a Valnelia mientras bajaba las escaleras desde la segunda planta. Como siempre, su semblante, serio, impermutable, chocó contra su pregunta. Aubrée no recordaba su voz—. Estas paredes no van a devolvértelas y mucho menos esa botella —susurró al pasar por su lado, asegurándose de que la escuchara antes de desaparecer como si nada hubiese ocurrido.
—Espera —la voz de la hembra hizo eco, sorprendiendo a Aubrée, que se giró con la ceja alzada—. Puedo cambiar una botella por otra. —Invocó una cazadora de cuero y se volteó sobre sus talones para seguir a la bruja.
—¿Estás aceptando mi proposición?
—No soy buena compañía —la cortó, sin responder a su pregunta.
—Pero todavía no muerdes. —La mirada casi despectiva de Val la hizo sonreír y darle un codazo amistoso.
—Todavía —apostilló, entre dientes.




El problema de los días como ese era… No, esperad, ¿para qué engañarse a una misma? El problema de los días como ese era, simplemente, todo. Absolutamente todo. Desde enredarte en la sábana al intentar salir de la cama cuando el despertador empieza a berrear y berrear, hasta acabar limpiando los restos de tu querido animal de compañía. Y todo ello, además, con tu hermana gritándote al oído cada dos segundos que debes mover el culo más rápido, más a la izquierda, más a la derecha, concentrarte un poco más, que mees más rápido y que comas más rápido para que puedas volver a ponerte a entrenar. Pero las cosas como son. Hay una serie de normas, leyes que aún sin estar escritas, están presentes en todo momento en la vida de una bruja. Una bruja como Aubrée. Como cabeza de familia, o de la poca que quedaba en pie, no podía rebanarle la cabeza a su hermana así porque sí, porque la sacara de quicio. La venganza se serviría en plato frío, congelado, cuando menos lo esperara.

Desde hacía unos días, Ohara estaba enseñándole los pequeños secretos que guardaba la raza de su padre, de la cual no tenía ni la menor idea. Si le preguntaban, lo único que podía alegar con claridad era que tenían colmillos y el sol les quemaba. Pero habían avanzado en el tema de materializarse. Aubrée había conseguido hacerlo dentro de los tatamis sin mucha complicación. Sin embargo, había aparecido en el jardín un par de veces. Detalle que tanto su hermana como ella habían obviado, porque de lo contrario, Ohara estaría adornando el jardín que tan meticulosamente cuidaban esos doggens.

Recostada sobre uno de los asientos del Érebos, dejándose engatusar por el rock sureño, la copa de bourbon y esa terrible sensación de peligro, Aubrée rezongó sobre el mullido cojín. Ese bar apestaba a sudor, las sonrisas ebrias de los moteros de la barra se delineaban a medida que la noche tomaba el control y los alaridos de quienes jugaban al billar a escasos metros de ella, empezaban a molestarla. Pero ese era el pequeño encanto de aquél antro familiar, acogedor y lleno de disimulados seres sobrenaturales. Aubrée sentía sus poderes bajo la piel, recorriendo sus venas, palpitando en lo más profundo de sus pechos. Si se concentraba, como Ohara le había enseñado, podría escuchar sus bronquios abrirse para darle paso al aire viciado o las dentelladas de algún gordo dejando pasar la cerveza. Se sentía como en casa. El ambiente era tan parecido a los baretos blancos de Nueva Orleáns que le daban ganas de llorar.

Miró a Val de soslayo, llenándose la copa antes de recostarse de nuevo en el sofá. Gracias a ella había encontrado a quienes ahora eran sus compañeras de viaje.

Compañeras, hermanas… ¿Cómo denominar a esas mujeres que le habían prestado ayuda un escaso mes atrás? Su jefa, Valnelia, apenas se dejaba ver para las comidas y cenas, la segunda, la rubia, sólo le rompía el culo con su moto, la cual, por cierto, sólo había montado en un par de ocasiones y las demás… Eran encantadoras. Nunca le habían faltado al respeto, la habían escuchado y aconsejado cuando más perdida estaba la bruja. Podía decirse que todas ellas se habían convertido en parte de su familia. Durante el siglo y medio de vida había intentado empaparse de muchos movimientos, artes, culturas, costumbres… Y lo había conseguido. Aubrée era una hembra culta, capaz de mantener una conversación coherente durante toda una noche, capaz de soportar golpes, defenderse con uñas y dientes. Sin embargo, después de contemplarlas en silencio durante semanas, alejada de toda interactuación, se había dado cuenta de que lo que había comenzado como una brumosa admiración, se había convertido en envidia.

Conocía el motivo por el que apenas levantaban la nariz de sus pies, sabía por qué ese maldito pasillo estaba lleno de cuadros… Había sentido su dolor, su culpabilidad, su pesadumbre. Sin embargo, ninguna había alzado la cabeza todavía para gritar a los cuatro vientos la puta verdad: eran unas luchadoras. Supervivientes natas. Mujeres que habían dado la vida por defenderse a sí mismas y sus ideales. Eran dignas de admirar. Y en cierto modo, odiaba no poder ayudarlas pues Aubrée era consciente de que, aunque pudieran darles un empujoncito, solamente ellas mismas serían capaces de superar lo ocurrido.

—Eres una superviviente, Valnelia. Has dado lo más preciado de ti por ellas. No dudo de que lo harás por mí algún día y si tuviera que elegir, te elegiría a ti para tenerte en mi espalda cuando llegue el momento —quiso decirle, reconocerle, antes de desviar la vista hacia la puerta por donde entró el tormento de Nueva York.

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