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El Desván del Escritor > Historias Susurradas

Sólo si tú quieres... ·FINALIZADO·

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Valnelia:
Este relato navideño lo escribí hace un par de años, y el año pasado (no 2013) fue corregido para formar parte de una antología que está preparando un club bloguero al que pertenezco -El club de las escritoras-, y que ya ha salido en papel,  jejeje.   024

Es paranormal, para variar, jajaja, ya me diréis que os pareció si llegáis a leerlo.     006



Sólo si tú quieres...
Viernes, horas antes de Nochebuena
     Hacía un frío del demonio.
     A pesar del abrigo que la cubría hasta los pies, escondiendo su traje de corte ejecutivo, el gélido aire que azotaba Vancouver sacudía cada uno de sus huesos haciéndolos crujir en protesta. Ni los guantes de lana que abrigaban sus manos o las botas que cubrían sus pies, conseguían desterrar el entumecimiento que experimentaba en las extremidades desde que bajó del avión.
     Â¡Joder, si le colgaban estalactitas de la nariz!
     Llevaba casi dos semanas en la ciudad y todavía no se había acostumbrado a ese frío polar. Para alguien nacida en una de las zonas más calurosas del país vecino, sufrir esa permanente sensación helada era más de lo que podía llegar a soportar un ser humano como ella; débil y sensible a las bajas temperaturas.
     No entendía cómo la gente parecía no notarlo, ¿estaban locos? Los lugareños se conformaban con un sencillo anorak cargados con bolsas y radiantes sonrisas mientras ella parecía el maldito muñeco de Michelin con todo lo que llevaba encima. Desde luego, era lo menos glamurosa que te podías encontrar por la calle, ¡ni siquiera podía moverse! Si sus amigas la vieran… gracias a Dios se encontraban a cientos de kilómetros de distancia, porque su aspecto sería tema de conversación, risas y bromas durante semanas, o incluso meses.
     Cada mañana suspiraba por llegar a las oficinas en el centro de la ciudad, quitarse el paquete extra y lucir su precioso traje a medida, todo por cortesía de la calefacción central que cada día le daba la más acogedora de las bienvenidas.
     Â«Â¿A quién se le ocurría aceptar ese proyecto en pleno invierno?»
     A ella, sólo a ella. 

—¡Jesús!, ¿dónde quedó mi maldita sensatez?, se había repetido más de una vez desde que estaba allí. Evidentemente, fascinada por la promesa de un ascenso si las negociaciones resultaban satisfactorias para las partes implicadas.

     Llevaba años trabajando para una de las mayores agencias de publicidad del país y había sido enviada a Columbia para llevar a cabo las conversaciones destinadas a la fusión con otra empresa del mismo sector. Sin duda, si todo acababa dando los resultados que esperaba, se merecía ese maldito ascenso.
     Es más, hacía años que lo merecía. Se lo debían.
     Al fin había acabado todo, el lunes tendría la respuesta sobre su mesa, podría respirar tranquila y volver a casa.
     Conducía despacio y con cuidado su Volkswagen alquilado, pendiente del tráfico infernal que se apoderaba de la ciudad en ese momento de «operación vuelta a casa», y todavía más ese día con las compras de última hora. Miró la bolsa que descansaba sobre el asiento del copiloto; ahí iba su cena, para esa noche y para todo el fin de semana.
     Â«Genial, vaya planazo», suspiró.
     Y no es que a ella le importara mucho esas fiestas en particular. En realidad, nunca le habían gustado, y no entendía esa falsa felicidad que parecía irradiar todo aquel con el que se cruzaba. Sus padres solían pasar las navidades fuera de casa visitando algún país exótico desde que ella podía valerse por sí sola, y a sus amigas sólo les interesaban los bailes que se organizaban y a los que acudirían impecablemente vestidas luciendo los caros modelitos de la última temporada. Jamás había sentido ese espíritu navideño que arrasaba allí por donde pasaba y ese año no sería diferente, menos aún al encontrarse a cientos de kilómetros de sus amigos y familiares.
     A pesar de que la nieve lo cubría todo, esperaba llegar casa en media hora. Su mente, castigada por el bombardeo continúo de los villancicos y sus alegres tonadas, insistía una y otra vez en atormentarla con nítidas imágenes de un delicioso baño espumoso, recreándose una y otra vez en la placida sensación que le produciría sumergirse en la suave serenidad del agua caliente. Mimarse cariñosamente y desterrar el frío de su cuerpo sería su único regalo de Navidad.
     Su empresa le había alquilado una casita de piedra en una zona residencial. Se encontraba al final de una calle tranquila llena de casas de dos plantas con sus vallas blancas, sus jardines nevados, sus adornos navideños y toda la parafernalia festiva. Cuanto más se acercaba a su hogar, más distancia había entre una casa y la de al lado, hasta llegar a la suya, cuyo único vecino era el de la construcción que tenía al otro lado de la calle, justo en frente.
     Sabía que vivía alguien allí, solía ver las luces encendidas cuando llegaba de trabajar. La reconfortaba saber que no estaba sola en medio kilómetro a la redonda, pero bien podía ser Freddy Krueger o Mr. Bean porque jamás había coincidido con él o ella. La curiosidad la había llevado a cotillear un día su buzón, averiguando que se llamaba E. Milles, pero a saber qué demonios significaba la inicial; ¿Emily Milles? ¿Edward Milles? Podía ser una señora octogenaria rodeada de gatitos hambrientos. Quizás se había golpeado la cabeza y yacía tendida en el linóleo de la cocina, tal vez había muerto y estaba siendo devorada por sus famélicos felinos sobre la moqueta del salón, a lo mejor la habían atacado y… 
     Cortó el hilo de sus pensamientos y detuvo el coche en la rampa de acceso a la cochera. No necesitaba añadirle un toque de terror paranoico a su perfecta noche en solitario. Agarró la bolsa y su maletín e inició la marcha haciendo equilibrios sobre la nieve. Los tacones se clavaban en el terreno y debía andar con cuidado, no sería la primera vez que daba con sus preciadas posaderas en el suelo, pero dejándose arrastrar por un impulso esperanzando, se dirigió hacia el buzón y rebuscó en su interior, esperando encontrar alguna tarjeta de felicitación de última hora. Nada. Ni sus padres, de vacaciones en el Caribe, se acordaban de su única hija. Suspiró y se dirigió hacia la entrada de la casa, haciendo malabares con las llaves de la puerta entre los dedos enguantados, pero ese impulso repentino sólo trajo consigo que besara con el trasero el jardín cubierto por el manto helado.
     Â¡Maldita su suerte!
     Exhaló profundamente y se quedó tendida boca arriba sobre la nieve, con el asa del maletín de su portátil aferrada todavía en la mano, admirando el precioso cielo nocturno salpicado de brillantes estrellas que algunas nubes dejaban entrever.

—¿Puedo ayudarla?
Como es bastante largo, os lo dejo para descarga, tambien os dejo la dirección del No ests autorizado para ver los links. Regstrate o Loguate, por si os queréis pasar por allí.   
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Valnelia:
Creo que ésta no es la versión que salió publicada, pero he perdido la que sale en la antología, y aun no me la he comprado en papel para poder hacer la revisión.     002

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